La tradición del pastel de boda se remonta a la antigua Roma. Se solía preparar un pan grande para ser compartido durante el banquete. El novio era quien gozaba del primer bocado y los trozos restantes se repartían entre los asistentes, quienes lo consideraban como símbolo de abundancia.
Durante el s.XVIII, los invitados británicos entregaban a los novios unas galletas a las que se fueron añadiendo frutas o frutos secos. Todas ellas se iban apilando en forma de pirámide: si los novios conseguían besarse sobre ellas, antes de repartir las porciones, tendrían buena suerte.
Un repostero francés, pensó que si añadían azúcar ganarían consistencia. Así que creó un bizcocho mucho más grande en su base para formar esta pirámide a la que se fueron incorporando otros ingredientes como crema, azúcar glasé y detalles decorativos. Fue, sin duda, la base del pastel de bodas actual.
El pastel de bodas ha pasado por diversas etapas hasta convertirse en uno de los instantes más esperados por los invitados, y por supuesto, por los recién casados; es todo un ritual dulce.
La estética tradicional de la tarta es la clásica de varios pisos, coronada por un par de muñecos que representan a los recién casados.
Actualmente, las tartas de boda son auténticas obras de arte de “alta costura”. Se siguen las últimas tendencias y se personalizan al más mínimo detalle, según los deseos de los novios, pudiéndose adaptar a alergias o intolerancias. En cuanto a sabores, hay una variedad muy amplia que sorprenderá a los paladares más exquisitos de nuestros invitados.
¿Os apetece probar?